El mayor exponente de este estilo fue el inolvidable Edmundo Rivero.
Este es un homenaje a todos aquellos que de una manera u otra conservan el espíritu profundo que nos dio esa característica que nos distingue de cualquier otro habitante del mundo e inclusive de nuestro país.
El único, inconfundible, hasta rechazado Porteño.
Se nos ha muerto el Moncho redepente,
Y esto ha ocurrido hace varios días.
Se montó al lobuno de la parca,
Se las tomó sin una despedida.
Se quejaba de dolor al bobo
Pero como siempre, de justo, bolaceaba
Nadie le creyó, y ahora el hecho,
Fue que se piantó y sin decirnos nada.
Nunca tuvo una grela que en el bulo
Lo esperara con un mate calientito
¿Hijos? Tal vez los tuvo el infraescito
Pero eso solo él y Tata Dios lo saben
Nunca fue un santo, de eso estoy seguro,
Era de todos el mejor gomia,
De fierro siempre, en cualquier parada.
Pero el juego y las minas lo perdían.
Faltó durante un tiempo en el boliche,
Y no extrañó el rancho que jedía,
Nadie pensó que no era de mugriento
Y que estaba finado desde un montón de días
Lo he llorado como nunca a naides
Porque, aunque soy muy macho, me dolía
Que se rajó sin decir una palabra
Y se piró sin pagar lo que debía.