VIDA II
Y un buen día se le dio por nacer.
Ya desde pequeño le gustaba jugar con sus muñecos. Imaginaba
mundos irreales. Viajaba por el espacio con ellos o vivía las más increíbles
aventuras en los sitios más inimaginables.
Alguien dijo que así no podía ser. Que era un chico muy
solitario y… hasta diríamos, muy sedentario. Y eso no es bueno.
Decidieron llevarlo a la sicóloga. Cuando le explicaron las
razones, la profesional determinó que posiblemente era una fobia social y que
con un trabajo intenso sería posible sacarlo de su ostracismo.
Fueron cientos de sesiones que consiguieron torcer el rumbo.
Finalmente emergió un individuo activo que practicaba
gimnasia, jugaba al vóley (tenia altura para ello) y se entreveraba en los
partidos de futbol de los fines de semana. Estudiaba inglés y computación y
cuando podía hacia los remplazos en la farmacia de don Carlos, un viejo amigo
de la familia.
Los sábados salía a bailar con los múltiples amigos que
tenía, ya que era tremendamente sociable y todo el mundo lo quería. Se
divertían hasta muy entrada la madrugada y muchas veces la seguían en la casa
de alguno de ellos. Hasta que, como dije
anteriormente, se iban a jugar el partidito. Hacia el final de la tarde se
reunían con las chicas del grupo, con las que tenía un indisimulado éxito.
Era muy joven aun cuando conoció a Gloria. Y Gloria era una
gloria. Se enamoró perdidamente de ella, y en poco tiempo decidieron irse a
vivir juntos. Él consiguió un trabajo que le ocupaba casi todo el tiempo y ella
quedó embarazada rápidamente. Nació María Micaela y no tardó en venir el varón
José Maximiliano.
Los sábados le dejaban los chicos a los abuelos y se iban a
reunir con sus amigos de siempre y los domingos, mientras su mujer chismeaba
con las otras “chicas”, él jugaba su partidito de fin de semana. Se sentía ágil
aunque había aumentado de peso. Una pancita de ejecutivo lo delataba.
Por más que hicieron, la unión con Gloria se deterioró
rápidamente y pronto cada uno tomó rumbos diferentes. Ella se hizo cargo de los
chicos y él se dedicó a su trabajo con ahínco. Todo fue muy pacífico, muy
lógico.
Se levantaba apenas salido el sol, se duchaba, se vestía y
rápidamente tomaba el desayuno, de pie junto a la mesada de la cocina, y,
dejando el pocillo en la bacha, se dirigía a tomar el ascensor. Muchas de las
veces, como el “bicho” desgraciado tardaba, se mandaba por la escalera bajando los
escalones de dos en dos.
Logró progresar y la empresa le dio un cargo gerencial. Así
fue como conoció a Soledad. Ella lucía
como tiene que lucir una secretaria ejecutiva. Intimaron. Salieron a tomar un
café y pronto estaban compartiendo la misma cama.
Salían a comer a los mejores restaurantes, iban a los
boliches a bailar o tomar algunos tragos, y hasta algunas veces iban al teatro,
aunque esto último es una manera de decir porque él habitualmente era
interrumpido en plena función por alguna emergencia y tenía que abandonarlo
todo en pro de la subsistencia.
En uno esos momentos, repetidos frecuentemente, en el hall del teatro, se topó con Gloria.
Simplemente fue un intercambio de palabras, pero fue suficiente. Gloria seguía
siendo una gloria.
Al día siguiente la llamó y decidieron encontrarse a tomar
un café y charlar de una cantidad de cosas que habían quedado pendientes.
Tomaron el café, charlaron y de pronto estaban compartiendo una cama.
Ups! Esto se estaba poniendo complicado. Trató de pensar
pero enseguida un grupo de amigos lo rodeó. Trató de contar lo que le pasaba y
lo único que consiguió fue que le relataran un montón de episodios que cada uno
de ellos había vivido.
Buscó ayuda en la antigua terapeuta pero se encontró que ya
se había retirado. Había pasado mucha agua bajo el puente.
Subió al Mercedes y se dirigió por Libertador hacia el
norte. Iba pensando en su vida, en Gloria, sus hijos, Soledad, sus amigos, el
trabajo, los partidos del domingo…
Entro en el túnel y las luces lo iban iluminando en forma
intermitente. Aceleró.
Cuando llego al final notó que todo estaba oscuro.
Demasiado. Se asustó pero luego pensó “es un apagón”. Siguió avanzando, no veía
nada, pero sentía que se movía.
En la distancia divisó una luz.
Se dirigió allí sin pensar si era su camino o no.
Parecía lejana pero se fue acercando velozmente. Parecía que
la luz venía hacia él.
Cuando menos lo pensó se encontró rodeado de una
fosforescencia brillante que lo rodeaba, que lo invadía, que lentamente lo iba remplazando.
“¡Donde estoy!” Gritó. Y el eco repitió como una burla. Estoy…
stoy… toy… oy.. yyy…
Una voz que salió de la nada, o de todos lados, le informó.
“Has llegado al final”
“¿El final de que?”
“El final de los finales… the end… finish… kaput… ¿Si?”
“Pe…pe…pero no entiendo”
“Se acabó tu tiempo, hombre… Llegaste al final del camino”
“Pero si yo no he vivido nada”
“¡Nada! ¿Te parece poco?… Lo que ocurre es que lo has hecho
a tanta velocidad, sin detenerte a vivirlo, que se te ha ido… Se fue… Se
acabó…”
“Pero, tenía tantas cosas para hacer… tantas”
“¿Cómo que? Por ejemplo”
“Jugar con mis soldaditos, imaginar castillos con reyes y
princesas… ehhh…”
“Que lástima ¿No?” Lo interrumpió.
“Es cierto ¡Que lástima!”
Cerró los ojos y la luz se fue desvaneciendo hasta llegar a
la más pura oscuridad.
Alberto Osvaldo
Colonna/Julio 2013