HISTORIAS
Tercer
lustro del quinto milenio.
Buenos
Aires, al igual que el resto de las capitales del mundo se encuentra
desbastada.
Los
adalides, vulgarmente conocidos como “los demonios”, recorren sus calles en
busca de sobrevivientes.
Mayer
lo sabe. Camina cuidadosamente. El hambre y la sed lo fuerzan a salir de su
seguro escondrijo en busca de las vituallas que le permitan resistir.
Había
aprendido a moverse sigilosamente, pero en algún momento se comete el error. Y
ese momento había llegado.
El
“crack” sonó como un disparo. Mayer trató de quedarse inmóvil, posiblemente no
lo habían escuchado. El haz láser en el centro de su frente le demostró que
estaba totalmente equivocado.
Un
gruñido sordo escapó de las fauces apretadas del adalid. El demonio no esperó
ni un instante, sin dudarlo apretó el disparador de su hidrolizador. Se oyó un
sonido sordo y Mayer pudo ver con asombro como la cabeza del exterminador
estallaba salpicando las paredes, mezcla de sangre y cerebro atomizados.
-
Pe... pero...
¿Quién? –
Entre
el humo y el olor del cuerpo hidrolizado se recortó la figura de un extraño. Se
movía con rapidez.
-
¡Vamos! Estos
hijos de perra están comunicados entre sí... ya deben saber que a este lo
derretimos. Los tendremos encima muy
pronto si no nos movemos –
Evidentemente
conocía la zona porque avanzaba con total seguridad. Llegaron al cruce con la
antigua autopista y allí se detuvieron.
-
Es mejor
separarse... si seguís en dirección a la Estación Central
no creo que tengas problemas... yo tengo otras cosas que hacer –
-
Escuchame –
empezó a decir Mayer – yo... –
El
Extraño ya había desaparecido. Tan sigilosamente como había hecho su oportuna
aparición ahora se había esfumado.
-
¡Carajo! –
Exclamó Mayer – Será mejor que me haga humo yo también –
Tal
como le había aconsejado caminó rápidamente hacia la Estación Central.
No
estaba demasiado lejos cuando sintió las explosiones.
Aunque
no los viera supo inmediatamente que eran los adalides. Y estaban disparándole
a alguien. Una sola idea se le cruzó por la mente.
-
¡El extraño! – Se
dijo en voz alta. Corrió hacia el lugar de donde provenían los estallidos.
Esquivó los escombros con agilidad hasta llegar al sector de las plazoletas.
Una
vez allí se movió con más cuidado, no era cosa que lo sorprendieran. Se metió en un edificio abandonado y espió
desde la ventana de uno de los departamentos.
-
¡Ahí están! –
Exclamó. Corrió escaleras arriba, hacia la terraza, y desde allí pudo ver la
escena completa.
-
¡Carajo! ¡Lo
agarraron! –
Efectivamente,
en medio de varios demonios, el Extraño que minutos antes salvara su vida,
estaba con los brazos en alto.
Mayer
comprendió que su obligación era ayudarlo. Los demonios no perdonaban. Nadie
podía quedar con vida.
Si
no conseguía liberarlo era seguro que lo iban a matar.
¿Pero
cómo hacerlo?
En
ese momento el Extraño fue empujado hacia un transportador y lo obligaron a
subir. El resto de los adalides se distribuyó en los otros vehículos que,
evidentemente, los habían trasladado hasta ese lugar. Partieron raudamente y
sin hacer ruido.
-
Maldición – Se
quejó Mayer – Se me van a escapar.
Se
sorprendió cuando comprobó que no habían ido muy lejos. Desde lo alto del
edificio en el que se encontraba, pudo distinguir como los vehículos se
detenían frente al viejo Banco, y utilizando una rampa, que se abrió en el
momento en que llegaba la comitiva, descendieron con premura desapareciendo de
la superficie en una fracción de segundo.
-
Con razón – dijo
en voz alta – Eso explica por qué llegan tan rápido –
Mientras
descendía por la escalera de servicio ya tenía un plan. Era arriesgado pero
valía la pena intentarlo.
Una
vez en la calle buscó las tapas del turbo.
Durante
años la ciudad había utilizado un sistema de ventilación forzada que
popularmente era conocido como turbo. Aún servía, pero los nuevos sistemas de purificación
lo habían dejado en desuso.
Mayer
se introdujo sin esfuerzo. Descendió por una escalerilla de metal y desembocó
en un espacio amplio, repleto de cables y cañerías de diferentes diámetros. En
el fondo la luz se partía en forma de una flor difusa al filtrar entre las
aletas del gigantesco ventilador del turbo, que daba origen al nombre del
sistema. Allí debía dirigirse.
Pasó
entre las aspas dormidas y continuó por el túnel de la derecha.
El
camino terminaba en un enrejillado que, evidentemente, había servido de
respiradero. Hacia allí se dirigió.
-
¡Eso es!- Exclamó
- ¡Yo sabía! –
Pudo
ver una amplia explanada. Hacia la izquierda un área repleta de computadoras y
otro tipo de artefactos que Mayer no había llegado a conocer.
Hacia
la derecha había unos enormes tableros, lo que le hizo suponer que se trataba
del control central. El personal se desplazaba en todas direcciones. Siguió con
la mirada a uno que parecía ostentar un rango militar superior. Lo vio
dirigirse hacia una oficina armada con tabiques, pero que desde la posición de
Mayer permitía ver una parte de la misma.
-
¡Bingo! ¡Allí
está! –
Efectivamente,
en un costado del cuarto, bajo el inmovilizador, estaba el extraño.
-
Hum... No hay
mucha vigilancia –
Casi
inmediatamente trazó un plan. En apariencia todo debería resultar sumamente
sencillo. Y eso era justamente lo que no terminaba de dejarlo tranquilo.
-
No me gusta...
Demasiado fácil –
Con
habilidad quito la rejilla y se inclinó para descender sin que lo notaran. No
había terminado de introducir la punta de la bota cuando los termosensores lo
detectaron y el ulular de las sirenas se tornó infernal.
El
caos ocasionado lo favoreció. Ya no tenía sentido ser cuidadoso. Se movió con
rapidez y agilidad felinas. Tardaron apenas 8 seg. en identificar de donde
venía la señal de alarma. Pero eso fue suficiente.
Se
descolgó del respiradero para ir a caer sobre un guardia que corría
desorientado. Con un golpe certero le quebró el cuello. En un solo movimiento
se apoderó del hidrolizador y disparó sobre lo que aparentaba ser el panel
principal.
Todo
se oscureció.
-
Bingo, otra
vez... hoy es mi día de suerte – Pensó.
Estaba
acostumbrado a moverse en la oscuridad así que se orientó sin inconvenientes.
Imaginó
que estarían cuidando al prisionero, de manera que entro en la oficina
contigua. Calculó donde podían estar los hombres armados y atravesó el delgado
tabique como si fuera de papel. Disparó sin detenerse. Los fogonazos de los
disparos de los guardias lo orientaban. Apenas dejó de apretar el disparador cuando
oyó la voz del extraño gritando:
-
¡Basta... basta!
¡Ya no queda nadie! ¡Me vas a matar a mí! –
-
¿Don... donde
estás? –
-
¡Aquí, detrás del
armario... rápido... desatame!... –
Mayer
corrió hacia donde oía la voz. Buscó entre las ropas del guardia más cercano y
extrajo un cuchillo de doble hoja. Con él cortó las ligaduras del extraño que
se puso de pie con determinación. El inmovilizador había quedado inutilizado
por la falta de energía.
El
Extraño tomó a Mayer de un brazo.
Si
dudar lo guió por una puerta trasera. Parecía conocer el terreno.
Mayer
había aprendido a sospechar de todo y de todos. Pero ese no era el momento.
Corrieron
por un pasillo que los llevó directamente hacia la sala principal. Los
reflectores cruzaban el espacio dejando surcos fosforescentes. Los gritos y las
maldiciones estallaban por doquier.
-
¡Vamos! – Exclamó
el extraño – ¡Por aquí podemos llegar al túnel por donde entraste! – Gritó – No
tenemos mucho tiempo... en pocos minutos restablecerán la luz... y en donde nos
pesquen nos cocinan... –
-
Un momento...
adelantate que yo tengo un pequeño detalle que arreglar –
-
Pero... –
Mayer
no le dio tiempo y retrocedió por el túnel desapareciendo por una conexión
lateral. Se dirigió hacia donde recordaba estaba el panel general. Sobre uno de
sus lados había una puerta pequeña. Se introdujo por ella en una habitación
reducida y con una serie de comandos aparentemente fuera de uso.
-
Espero no
equivocarme – Dijo en voz alta mientras movía las palancas y oprimía algunos
botones – Listo... ahora si, a desaparecer... –
El
Extraño no sabía que hacer, había llegado hasta el turbo, de allí a la salida
solo quedaba el largo corredor, pero no podía abandonar a quien se había
arriesgado para salvarlo. Sintió pasos y se puso a la defensiva. Entre las
tinieblas pudo distinguir la figura de Mayer que corría casi con desesperación.
-
Vamos... queda
poco tiempo... –
-
Si llegamos a la
esc... –
Su
voz fue interrumpida por los gritos de los guardias que habían descubierto la
ruta de escape.
Iban
por la mitad del túnel y sus perseguidores trataban de pasar apretujándose
entre las aspas del gran ventilador.
-
La oscuridad nos
protege, se guían solo por el sonido y los termolocalizadores – Susurró el
Extraño.
No
había terminado de decirlo cuando más enceguecedora que nunca reapareció la
luz.
-
¡Maldición...
Ahora si que estamos listos!... – Gritó con desesperación.
Los
guardias ya dentro del túnel apuntaban asegurándose de no errar el disparo.
De
pronto un sonido extraño pareció salir arrancado de las propias entrañas de la
tierra. Los perseguidores dudaron un instante. Miraron a su alrededor casi con
temor.
-
¡Rápido... a la
escalerilla... Y agarrate bien fuerte! – Lo apuró Mayer.
Esta
vez fue el Extraño quien obedeció.
Ambos
saltaron hacia la escala metálica que los llevaba hacia la salida. En ese
momento una fuerza increíble los traccionó hacia el interior. El ruido de un
rotor poderosísimo se mezcló con los gritos desesperados de los “demonios”. El
ventilador se había convertido en una impresionante picadora de carne humana.
-
Pero... ¿Qué
ocurre? – Preguntó el Extraño, haciendo un esfuerzo sobrehumano para sostenerse
sin ser arrastrado.
-
El turbo... Puse
a funcionar el turbo... Hace tiempo conocí a un sobreviviente que había
trabajado de controlador... Recordé lo que me había explicado y supuse que si
volvía la luz se activaría... –
-
¿Y si nosotros no
salíamos a tiempo? –
-
¡Bingo!... -
Exclamó Mayer con su mejor sonrisa.
Salieron
por la boca del turbo y corrieron en dirección al río. Los altos paredones
contenían las aguas desbordadas a mediados del tercer milenio. Un muro negro,
que no permitía ver el horizonte, proyectaba una sombra densa que les servía
para ocultarse.
Fueron
siguiendo los diques en busca del puerto.
Mayer
seguía al Extraño que parecía tener una idea concreta de los pasos a seguir.
Un
sonido cada vez más intenso lo alarmó. Sabía perfectamente de donde provenía:
Los buscadores.
Los
pequeños robots voladores que rastreaban áreas de la ciudad y permitían
identificar en cuestión de segundos todo movimiento sospechoso.
Era
imposible escapar a sus láseres o a sus localizadores infrarrojos.
-
¡Maldición! –
Exclamó Mayer respirando entrecortadamente – Nos encontraron –
El
Extraño no respondió y apuró su carrera. Mayer casi no podía seguirlo.
La
curva en el murallón indicaba que estaban a la altura del recodo sur, casi en
la desembocadura del río. Los “demonios” aparecieron como si los hubiesen
estado esperando. Estaban dispuestos en fila de a cuatro. Las armas listas.
Mayer creyó adivinar la sonrisa de satisfacción en la sombra de la cara de
alguno de ellos.
-
¡Nos cazaron! –
Gritó
El
Extraño pareció no haberse dado cuenta de nada y continuoó andando. Mayer no
sabía si seguirlo o refugiarse tras algún escombro para hacerles frente. Miró a
sus perseguidores. Evidentemente eran muchos para enfrentarlos abiertamente.
Decidió seguir los pasos de su compañero – Pero... ¿Dónde se metió? -
De
pronto descubrió que estaba absolutamente solo. El Extraño había desaparecido.
-
¡Carajo! Me
largó... ¿Y ahora? –
Se
tiró de cabeza en un hueco del asfalto en el preciso momento en que
repiqueteaban los primeros disparos.
-
Mayer te llegó
hora – Se dijo.
Sabía
que no tenía alternativas y se dispuso a llevarse a algunos con él. Apretó el
hidrolizador y tomó impulso para salir disparando.
Sintió
como lo tomaban de los brazos inmovilizándolo - ¡¿Qué car...?! – Una mano le
cubrió la boca y no le dejó continuar.
Se
sintió arrastrar. Trató de defenderse pero era imposible. La oscuridad era
total y no podía ver hacia donde lo llevaban. Los sonidos de los disparos continuaban
pero cada vez más lejanos.
Cuando
lo soltaron estaba en un enorme espacio iluminado por reflectores, muchos de
los cuales convergían en un punto central. Allí una figura se destacaba entre
todas: ¡El Extraño!.
-
Pe... pero...
¿Qué es esto? – Balbuceó Mayer.
-
Somos del grupo
de resistencia – le explicaron – Estás en nuestra unidad central –
-
Bingo – suspiró –
Y... ¿Quién es él? – Preguntó señalando el punto más iluminado.
-
Es nuestro
líder... Vos le salvaste la vida –
No
llegó a preguntar nada más. Lo llevaron al centro. Junto al Extraño. En una
especie de ritual mágico ambos fueron saludados en un gesto pre-establecido,
pero en silencio, sin emitir palabra.
Mayer
se acercó a uno de los oficiales más viejos y lo interrogó con ansias:
-
¿Cuál es su
nombre... Qué pretende? –
-
No sabemos su
verdadero nombre, se hace llamar Emanuel... Su idea es construir un mundo
nuevo, con iguales posibilidades para todos... él cree... todos creemos que es
posible –
Mayer
asintió... El también lo había pensado alguna vez... Quizás valía la pena.
Una
sola duda le molestaba desde el principio:
-
¿Si es el líder,
el principal... por qué los “demonios’ no lo mataron apenas lo tomaron
prisionero? –
-
Por que él es uno
de ellos... Es alguien que piensa diferente, pero es uno de ellos... – Le
respondió el anciano - ¡Emanuel también
es un ‘demonio”! –
No preguntó nada más.
Permaneció en silencio un largo rato. A alguna cosa le recordaba todo esto.
Quizás a una vieja historia leída en algún diario del segundo milenio. Esos que
había encontrado en el archivo de microfilms.
-
Ufff... –
Suspiró.
Movió
su mano como espantando a algún viejo fantasma que le devolvían los recuerdos.
Cerró
los ojos y trató de no pensar.
Y
sin darse cuenta de lo que hacía se dijo en voz alta:
-
Ya habrá tiempo,
Mayer... ya habrá tiempo... –