UNA VIEJA HISTORIA OLVIDADA
(Con un ogro y un hombrecito
de sombrero azul)
Un cuento para mi hijo Diego
de
Alberto O. Colonna
PROLOGO
Esta historia nace en un cuento que yo solía
contarle a mi hijo Diego, compañero incansable en mis excursiones por los
senderos, afortunadamente inacabables, del
mundo de la imaginación.
Siendo, mi hijo, muy pequeño, solíamos pasar
por esa zona mágica, del sur de la provincia, y entonces yo le contaba el
cuento del duendecito azul.
Tal vez la escuché cuando yo era un niño y
mi padre me inició en este afán de vagabundear por Imaginaria y Titirelan-
dia.
O quizás fue mi abuela Elvira quien me la
contó, ya que ella
había nacido en un campo, en una zona muy
próxima a las serranías, en el actual partido de Laprida, y siempre me
fascinaba con los relatos sobre esa alucinante sierra y su forma increíble.
Lo cierto es que, con mi hijo, muchas veces
nos sentamos en el costado de la ruta a contemplar el cerro, escudriñando cada
recoveco, tratando de encontrar indicios del misterioso hombrecito y de su
sombrero azul.
Y
hasta hemos llegado a creer que un día, en que Diego se quedó dormido, fue el
propio
duende quien le dejó, como recuerdo, una piña,
aún cerrada,
cubierta
de resina, que terminó de abrirse en nuestra casa, al calor de la chimenea, en
cuyo costado
aún
permanece.
I
Mas que caminar se deslizaba.
Si bien por su estatura habría pasado
desapercibido, esto no ocurría debido a un estrafalario sombrero de color azul
que acompañaba el balanceo rítmico de su cabeza.
Una espesa barba blanca, tan larga como
puedas imaginarte, le ocultaba el rostro. Sin embargo, una sonrisa cristalina y
cálida se lo iluminaba, dándole un aire simpático y bonachón.
Desde el extremo de la calle miró con
detenimiento, entrecerrando sus ojitos, de un color indefinido como el cielo de
esa mañana de principios de primavera, y en la que el sol trataba de abrirse
paso empujando a unas nubes que se empecinaban en taparlo.
Este no era un pueblo como tantos otros que
había visitado. En un terreno, donde el llano es dueño y señor del paisaje,
como por arte de magia, surgía, inesperadamente, un cordón de sierras, agreste
y escarpado. Y allí, en medio de ese paisaje tan extraño, descansaba el
pueblito, recostado sobre un pequeño río que, en el silencio de la mañana,
canturreaba displicentemente.
A
pesar de ser temprano ya se advertía cierto movimiento en la calle principal.
Allí
se dirigió.
A
medida que caminaba se iba encontrando con algunos de los pobladores quienes, a
pesar de su cómico aspecto
y de
su sonrisa acogedora, lo miraban con recelo.
-Buenos
días Sr.- saludó el hombrecito - Buenos días señorita- continuó - Hermoso
día!... No, abuela?... -
La
gente lo miraba, fruncía el ceño, y continuaba caminando sin contestar una
palabra.
El
hombrecito del sombrero azul comenzó a ponerse ansioso...
-
Buen día... caballero -
-
Que tal, hermosa dama?... -
-
Hola a todos... Hoooolaaaa!!! -
- Es
que aquí no hay nadie educado?... O son todos sordos?...
BUEEEENNN
DIIIIIIIAAAAA A A A A
AHHH !!!...
Y
gritó todo lo que pudo, hasta que se quedo sin aliento...
pero
nadie... absolutamente nadie se dignó a contestarle.
-
Esto no puede ser! - Exclamó, con una cara que por la falta de aire había
tomado un color parecido al de su sombrero.
- No
señor... No puede ser... En un pueblo donde
nadie
saluda, o son todos muy maleducados
o
hay algo que no funciona bien... Nada bien... -
Y,
hablando consigo mismo, dirigió sus pasos hacia el centro del pueblo donde,
como en todos los pueblos, se encontraba el edificio de la Municipalidad.
Allí, seguramente,
debía
hallarse alguna autoridad... El Intendente... O alguien responsable que pudiera
darle alguna explicación.
Ni
siquiera preguntó si podía pasar.
Caminó
decidido hacia la puerta donde un letrero, algo
torcido,
indicaba, en letras mitad gótica y
mitad
redondilla: "Intendente".
Abrió
la puerta enérgicamente, mientras exclamaba:
-
Buenos días !!!... O es que aquí no se acost... -
-
Buenos días Señor... Ehhh... - Le respondió una vocecita pequeña, desde un
rincón de la habitación.
El
hombrecito del sombrero azul quedó desorientado.
Primero
porque no esperaba que le contestaran.
Segundo
porque, en caso de que le contestasen, suponía que iba a ser con otra voz...
Digamos... Mas sonora...
Mas
orgullosa... Mas agresiva... Mas... Que se yo...
Otra
voz...
Y
tercero era que suponía que un Sr. Intendente debería estar sentado
solemnemente detrás de un ancho y lustroso escritorio y no agachado en un
rincón,
como
buscando no sé que cosa...
Pero
cuando el Sr. Intendente se levantó
agregó
el cuarto punto:
Un
Sr. Intendente no podía ser así. Pequeñito, rechoncho y calvo, con cara de
pedir disculpas...
Y
así era exactamente la persona que tenía delante suyo.
De
cualquier manera reaccionó rápidamente y, borrando la cara de cuádruple
asombro, se dirigió al Pobre Sr. Intendente
(porque
tenía aspecto de Pobre Sr. Intendente).
-
Digo yo una cosa... En este pueblo no hay educación?... Así se recibe al
visitante?... De esta manera quieren fomentar el turismo?... Podrá ser posible
que uno tenga que llegar hasta el mismísimo intendente para que le respondan a
un saludo.-
-
No, señor - contestó el Pobre Sr. Intendente.
-
Cómo que no?!... Cómo que no?!... Así que ahora soy mentiroso... Así que he
imaginado que nadie me quiere saludar...
y que nadie saluda a nadie?...-
-
No, señor -
- Y
dale con el "no señor"... en qué quedamos?... -
- Es
que todo tiene una explicación -
-
Ahhhh -
-
Si, todo tiene una explicación... -
-
Ahhhh -
-
Si, todo...-
-
Ahhhh -
-
Si... -
-
Y?!!! -
- Y
que? -
- La
explicación!!! -
-Ah,
quiere la explicación? -
-
Ayayayayayayyyyyyyy...
Noooo,
si yo vine aquí solamente para que todos pudieran ver mi elegante sombrero y me
dijesen lo lindo que es... -
- Es
cierto... Es muy bonito... Muy bo... -
- LA
EXPLICACIÓN, SI QUIERO LA EX-PLI-CA-CIÓN!!! -
-
Ah, la explicación... -
Y
antes de que el hombrecito azul estallara nuevamente el Pobre Sr. Intendente
comenzó a contar.
Hablaba
sin mirarlo siquiera. Es mas, no miraba hacia ningún lado. Lo hacía
automáticamente, como si lo que decía lo hubiera repetido un millón de veces.
-
Resulta que este pueblo era un sitio tranquilo y agradable, la gente disfrutaba
del sol de la mañana y el trino alegre de los pajaritos. Los chicos iban al
colegio, los padres a su trabajo, el cura ensayaba distintas melodías con las
campanas de la iglesia y yo me sentaba orgulloso en mi despacho a firmar
papeles que los empleados traían siempre con una sonrisa... Buenos días... Que
tal?... Hermoso día!... Felicidades!... Nunca faltaba una buena palabra o una
palmada en el hombro... En fin... Pero ya pasó... -
-
Pasó? Pero por qué? -
- Un
día... Un mal día... con grandes nubarrones negros que ocultaban las puntas de
los cerros ( no se por qué, siempre, los malos días son así, oscuros... y
hasta, a veces, lluviosos)
Un
mal día apareció Tragaldón -
-
Tragaldón? -
-
Si... Tragaldón... El ogro voraz... -
-
Qué... o quién es ese? -
- Un
ogro terrible, enorme, muy, pero muy, malo y lo peor de todo con un apetito que
causa espanto -
El
Pobre Sr. Intendente se frotó la calva de atrás hacia adelante como si tratara
de expulsar un mal recuerdo y continuó hablando:
-
Apareció ese día, se plantó en medio del pueblo y exclamó, con una voz que hizo
vibrar los vidrios de la Municipalidad y repiquetear las campanas de la
Iglesia,
"Tengo
hambre - gritaba- mucho hambre... y todos deberán traerme comida... de lo
contrario... GRRRR!!!..."
y de
un solo manotazo arrancó de cuajo la estatua del fundador de nuestro pueblo,
con caballo y todo...
La
gente, muy asustada, le trajo bollitos, tostadas, café con leche... litros de
café con leche... pero nada saciaba su apetito...
Pollos,
lechones... se llegó a preparar una montaña de puré, o una ensalada tan grande
que, de ensaladera, se usó una pileta de natación...
Y el
ogro siguió y siguió engullendo
y
pidiendo mas y mas comida.
Los
campos se han quedado ya sin trigo, ni maíz ni nada.
No
queda ganado y los gallineros están pelados...
Hasta
los pajaritos han volado hacia otro lado por temor a que Tragaldón se los
quiera comer...
Por
eso este pueblo ahora es un pueblo triste...
Solo
trabajamos para alimentar al gigante... ya no nos queda nada... y tenemos
miedo... mucho miedo...-
Y
esto último, el Pobre Sr. Intendente, lo dijo con un hilito de voz, casi
sollozando.
El
hombrecito del sombrero azul no podía creer lo que oía.
- Pero...
Y por qué lo alimentan?... Déjenlo sin comida y que se vaya!-
-
No!!!... Ya lo intentamos, y se agarró tal berrinche que empezó a zapatear,
pidiendo comida, con tanta fuerza que casi provocó un terremoto. Cayeron los
nidos de los árboles, los techos de los graneros y... hasta yo me caí de la
cama! -
El
hombrecito pareció no escucharlo. Había tomado su larga barba entre los dedos y
jugueteaba haciéndole nuditos y tirabuzones. Se rascó el sombrero... caminó
tres pasos hacia la derecha... caminó tres pasos hacia la izquierda... y cuando
iba a continuar en esa dirección se detuvo y exclamó:
-Pues
bien... Yo me encargaré del asunto!... -
La
cara del Pobre Sr. Intendente se estiró en algo parecido a una sonrisa, que
luego se transformó en una risita,
que
mas que a una risa se parecía al estornudo de un gato
(
Hacía tanto que no reía que casi había olvidado como hacerlo).
-
Jis - Jis - Jiiiissss... Usted?!... -
-
Si, si... Evidentemente tengo que encargarme personalmente del problema.-
-
Pero es que usted es muy... chiquitito - Y señaló, con la palma de su mano
hacia abajo, la estatura aproximada del hombrecito - y el ogro es muy, pero
muy, grande- Indicó, abriendo los brazos y poniéndose en puntas de pié - Con un
solo pisotón lo dejaría chatito como a un chicle... Con una sola cachetada
lo...-
El
hobrecito ya no le prestaba atención, sus ojitos, de un color indefinido como
el cielo, se habían iluminado con un brillito picarón, que hacía recordar a ese
que tienen algunos chicos cuando están pensando en hacer una travesura.
Agitó su sombrero en un rápido movimiento de
cabeza e interrumpió al Pobre Sr. Intendente, que aún continuaba enumerando las
cosa terribles que podía hacerle el ogro.
-
Hasta la vista, Sr. Intendente!... Creo que pronto va a brillar el sol... No
cree, usted?...-
Y
sin mas, salió tan bruscamente como había entrado, dando un portazo que hizo
sobresaltar al Pobre Sr. Intendente, que últimamente estaba tan alterado que se
sobresaltaba por cualquier cosa.
II
Pasaron
algunos días y nadie podía decir qué había sucedido con el hombrecito del
sombrero azul. Aunque en realidad a pocos les importaba, preocupados, como
estaban, por las demandas alimentarias del ogro Tragaldón.
Como,
ni cuando ocurrió, nadie lo supo. El asunto fue que, un buen día, el hombrecito
reapareció.
Caminaba
cadenciosamente moviendo su estrafalario sombrero azul hacia un lado y hacia el
otro .
Lucía
la mejor de sus sonrisas, y mientras arrojaba una manzana al aire y la volvía a
recoger, cantaba a todo pulmón:
-
Hoy estoy con hambre
y me
quiero comer,
esta
rica manzana
que
compré recién.
Miren
como luce
y
brilla con el sol...
Voy
a propinarle
un
gran mordiscón.
Y a
nadie convido
porque
es para mi
y
quiero comerla
del
principio al fin...
Su
voz repiqueteaba en las calles del pueblo y se iba rebotando en cada piedra
para perderse entre las sierras.
Los
pobladores dejaron sus preocupaciones por un instante
y se
reunieron para observar tan extraño espectáculo.
Pero,
insólitamente, el hombrecillo se desplazaba mucho mas rápido de lo que
cualquiera hubiese podido suponer, teniendo en cuenta el largo de sus piernas.
Pronto,
solo era visible la copa de su sombrero y finalmente nada mas que el eco de su
canción podía oírse y cada vez mas lejano.
A
todo esto, el hombrecito, caminó internándose por los pequeños senderos
labrados en la ladera de las sierras.
Y
así anduvo por un largo rato, sin rumbo fijo, pero siempre cantando a grito
pelado.
De
pronto, al rodear un peñasco amarillento anaranjado, con algunas vetas rojas, y
por donde corría un pequeño hilito de agua, tropezó con un bulto, mal oliente,
que impedía su paso.
El
hombrecito levantó su mirada siguiendo una forma que se parecía mucho a un
enorme zapatón de piel... luego una pierna... una enorme barrigota que
amenazaba con estallar...
un
pecho velludo e intrincado como un bosque...
y
justo allí, al final de esa selva pilosa, pudo ver la cara de Tragaldón, que lo
miraba fijamente, con una mueca, mezcla de sonrisa
(
como quien dice: TE PESQUÉ! )
y actitud de mostrar los dientes
( como quien dice: PONETE A REZAR PORQUE TE
VOY A COMER).
- Me
permite pasar... buen hombre? - dijo el hombrecito como si nada ocurriese.
-
GRRRR - Gruñó el ogro.
El
hobrecito continuó como si no lo hubiera oído
-
Tengo una hermosa y apetitosa manzana que pienso comerme yo solito...
bajo
aquella arboleda - Y señaló hacia cualquier lado ya que el gigante le tapaba
totalmente el paisaje - Así que... -
-
Así que nada... Esa manzana es para mi -
-
Perdón? -
-
Esa manzana me pertenece... Toda la comida de este pueblo me pertenece -
-
Esta manzana no... Y debe estar riquísima... -
-
Sabés quien soy yo? - Exclamó el ogro asombrado.-
-
Seguro... El que no me deja pasar...
Se
corre, por favor, si es tan amable? -
-
SOY TRAGALDÓN!!! -
- Mucho
gusto, y yo, Sombrero Azul... Y ahora que nos hemos presentado... me permite
pasar?... Por favor... -
-
SOY EL OGRO TRAGALDÓN!!! -
- Ya
lo dijo -
-
SOY EL TERRIBLE Y MALVADO OGRO TRAGALDÓN!!! -
-
Ufa!... No soy sordo!... Me hace el favor de dejarme pasar?!-
El
ogro ya había cambiado del rojo al morado y del morado a un tono verdoso. Abría
y cerraba los ojos y sus manos apretadas en el poderoso puño hacían crujir los
dedos.
-
TENÉS QUE DARME ESA MANZANA!!! -
- Te
voy a explicar - dijo el hombrecito con un suspiro- resulta que, justamente
hoy, yo tengo ganas de comerme esta sabrosísima manzana. Justamente hoy no
tengo deseos de compartirla con nadie... y menos con un ogro con cara de bobo
como vos... -
-
QUE DIJISTE?!!! -
-
Encima sordo!... Dije que menos con un ogro con cara de BO-BO como vos!...
BO-BO!... BO-BO!... -
El
ogro emitió un rugido que sacudió la copa de los árboles. Estiró sus manos de
gigante con la mas simple intención de hacer papilla a tan atrevido enanito.
Pero justo en el momento en que las manazas se cerraban , el hombrecito, dio un
salto prodigioso que lo catapultó sobre unas rocas vecinas, lejos del alcance
del furibundo Tragaldón.
-
Oh, jo, jo, ju, ju... Si que sos necio...
TRAGALDÓN
ES UN TONTÓN! -
Y
así cantando y gritando comenzó a correr hacia la parte mas alta del cerro.
Como
es de suponer el ogro se lanzó tras él con la furia de un gigante burlado.
Bufaba y resoplaba. El piso trepidaba ante cada violenta zancada del malvado.
Pero, cada vez que estaba a punto de atraparlo, el hombrecito, cobraba una
velocidad inusitada y se ponía a salvo, mientras continuaba cantando
-
TRAGALDÓN ES PAJARÓN,
TRAGALDÍN
ES SALAMÍN!...-
El
gigantón se desesperaba. Con la rabia se enceguecía y se le tornaba, aún, mas
complicado poder atrapar al escurridizo hombrecito.
Así
empeñado llegó hasta la cima del cerro y allí, entre dos grandes peñascos
verticales estaba el chiquitín agitando su estrafalario sombrero azul.
Sin
pensarlo dos veces el ogro estiró su brazote, que pasó entre las dos rocas, en
un intento vano por atraparlo.
Y en
ese momento... en ese preciso momento, otra enorme roca, que el Hombrecito del
Sombrero Azul había preparado
con
esa intención, cayó pesadamente atrapando la muñeca de Tragaldón.
Inútiles
fueron los esfuerzos del gigante para soltarse de tan formidable cepo.
El
hombrecito se acercó parsimoniosamente y se sentó en una piedra cercana para
comer su manzana.
- SOLTAME ! -
- Crunch, crunch, crunch !... -
- DEJAME SALIR... TE MATARÉ... TE HARÉ PICADILLO... TE... -
- Lo
dudo... Crunch, crunch, mmmñññmmm... -
-
SOY TRAGALDÓN, EL OGRO FEROZ.
SOLTAME
!!! -
El
hombrecito terminó de comer la manzana, guardó los restos en una bolsita que
llevaba en uno de sus bolsillos,
hizo
una reverencia y se alejó del lugar en dirección al pueblo.
El
gigante gritaba y amenazaba... Pero no podía moverse...
III
Cuando
el Hombrecito del Sombrero Azul contó lo sucedido en el pueblo, en un primer
momento, no le creyeron.
Pero
luego, y prestando atención, oyeron las voces del ogro pidiendo que lo soltaran
y amenazando a todo el pueblo.
Con
el Pobre Sr. Intendente a la cabeza corrieron todos hacia el deslinde del
pueblo. Y allí pudieron ver al gigante
tendido
sobre la sierra, el brazo extendido y atrapado por el cepo de piedra.
Cuando
se recobraron del asombro estallaron en vítores y cánticos jubilosos.
Se
organizaron festejos que duraron varios días y varias noches... En un
determinado momento se hacían sonar las campanas de la Iglesia y esa era la
señal para que todos hicieran silencio... Entonces se escuchaban los gritos
enfurecidos de Tragaldón... Las risas brotaban de todos los rincones del pueblo
y recomenzaba la música para que se continuara cantando y bailando.
Pasado
un cierto tiempo de la hazaña, todo fue volviendo a su ritmo habitual. Los niños volvieron al
colegio, los hombres a su trabajo y hasta los pájaros rehicieron los nidos en
las horquetas de los árboles.
Cada
tanto, cuando disminuía el bullicio del trajín diario, podían escucharse los
gritos del gigante. Ya no eran de amenaza, mas bien parecían de súplica.
-
SUÉLTENME POR FAVOR... TENGO HAMBRE...
MUCHO
HAMBREEEeeeeee... -
Un
día alguien exclamó:
- El
ogro ha muerto, el ogro ha muerto !... -
Todos
se detuvieron de golpe.
El
herrero sostuvo el martillo justo un segundo antes de golpear sobre el yunque;
el maestro , en la escuela, se quedó con la tiza en el aire sin terminar de
escribir la palabra que estaba enseñando a los chicos; hasta el cura retuvo con
fuerza la cuerda de las campanas para que no las moviera ni la mas leve brisa.
Se
hizo un silencio total.
Y
ahí se dieron cuenta de que el gigante ya no gritaba.
Como
una procesión todos los habitantes del pueblo fueron hacia el sitio donde el
gigante yacía, con su brazo aún estirado... sin haber podido zafar de su
prisión.
-
Está muerto? - Preguntó el Intendente.
-
Está muerto!... - Exclamaron todos.
-
Pobre... se murió de hambre. - Dijo uno.
- Y
de sed - Dijo otro.
- Y
de frío... - Agregaron los demás.
Una
sensación de culpa y remordimiento cayó sobre todos. Es cierto que era malo...
muy malo... pero su muerte había sido cruel... demasiado...
Todos
bajaron sus cabezas.
Nadie
levantaba la mirada del suelo.
Quizás
por eso fue que no pudieron explicar de donde apareció el Hombrecito del
Sombrero Azul, al que, sin notarlo, hacía tiempo que nadie veía.
-
Ejem, ejem - carraspeó - Buenos días. -
Nadie
contestó.
-
BUENOS DÍAS... HE DICHO BUENOS DÍAS !!!... -
-
Hoy no es un buen día - respondió el Intendente.
-
Por qué?... No ha muerto el ogro?... El gran enemigo del pueblo... -
-
Si, es cierto... ha muerto el ogro... y por eso no es un buen día... Nunca es
un buen día cuando alguien muere...
ni
siquiera un enemigo... -
-
Pero no era eso lo que querían? -
-
Si... pero no... Uno no lo piensa hasta que ocurre... -
- Y
si les digo... -
-
Qué? -
-
Que no ha muerto? -
-
QUEEEE?!!! - Todas las miradas se dirigieron hacia el hombrecito.
- Es
cierto, no ha muerto, solo está desmayado... Hace mucho que no come y está
sumamente débil -
-
Oh, pobrecito! -
-
Traigámosle algo caliente! -
-
Si, bebida y comida calientes -
- Y
algunas mantas para cubrirlo. Bueno... unas cuantas mantas ! -
Todo
el pueblo puso manos a la obra y un tiempo después el ogro abrió los ojos.
asombrado miró a todos los que lo rodeaban, que anhelantes esperaban su
recuperación...
y
esbozó una débil sonrisa.
IV
Se
organizaron guardias. Así mientras unos se dedicaban a sus tareas habituales,
otros se encargaban de cuidar al ogro con esmero.
Tardó
un cierto tiempo en recuperarse, pero al fin volvió a tener su fortaleza, su
poder... pero algo en el había cambiado.
Ya
no infundía temor... No reclamaba que lo alimentaran con fiereza, muy por el
contrario, pedía las cosas por favor, daba las gracias continuamente... y hasta
pedía disculpas cuando, después de alguna comida copiosa, se le escapaba algún
provechito.
Y
fue entonces que, un día, apareció el Hombrecito del Sombrero Azul y acercándose silenciosamente al gigante le
preguntó:
-
Y?... -
- Y
qué? -
-
Que pensás? -
- Ya
se lo que querés decir... Es cierto... Estaba equivocado... No es bueno ser
malo... Siempre hay alguien mas listo que uno... y al final todas las maldades
se pagan...
Además
la gente es buena... Fijate, con todo lo que les hice y, sin embargo, mirá como
me ayudaron -
- Y
si pudieras soltarte, que harías? -
-
Trataría de devolverles lo que me han dado... Trabajaría para ellos... Mi
estatura y mi fuerza podría serles muy útil -
-
Seguro? -
-
Segurísimo!... -
-
Bien - dijo el hombrecito, y , como por encantamiento, con un pequeño
movimiento, desplazó la roca que aprisionaba la mano del gigante. Este la
retiró rápidamente, antes de que la roca volviera a su lugar.
El
ogro corrió a ponerse al servicio de los pobladores, que muy contentos le
prometieron comida y abrigo a cambio de sus esfuerzos.
Como
mudo testigo de todo lo vivido quedaba en lo alto del cerro un agujero, formado
por las tres rocas que habían servido para aprisionar la mano del gigante
redimido.
V
Ha
pasado mucho tiempo desde entonces. La historia que les he contado fue quedando
en el olvido y finalmente ya nadie consiguió recordar el menor de los detalles.
Mirando
el agujerito recostado sobre el cielo a alguien se le ocurrió decir que parecía
una ventana y, entonces, todos comenzaron a llamarlo con ese nombre.
Tan
famosa se hizo que el cerro tomó el nombre de
"La
ventana",
y al
cordón de sierras se lo llamó "de la ventania".
Claro...
Es lógico... Es mas fácil creer en una ventana como la de casa o la del
colegio, y no en una historia fantástica de ogros y sombreros azules.
Sin
embargo, si en alguna mañana soleada, cuando apenas comienza la primavera, se
sientan en silencio bajo alguno de los pinos del camino, mirando con atención,
tal vez puedan ver a un hombrecito con un estrafalario sombrero azul, saltando
de roca en roca... o asomándose en el hueco formado por tres piedras enormes,
en la punta de la montaña.