Descendimos lentamente siguiendo al guía que, experimentado,
nos fue guiando hasta que llegamos al lecho del rio, ahora seco, ya que es un
rio de lluvia y ese no era su tiempo. Insólitamente se llama El torrente de la
aguada. Caminamos los seis kilómetros que nos separaban del nacimiento de la
ahora extinguida corriente de agua. Rodeada de farallones de piedra y tierra
arenosa, de un color rojo propio de la zona, que alcanzan los 300 mts.
Recorrimos el camino donde alguna vez la vida fue intensa, importante, ya que
es uno de los sitios en los que más restos fósiles se han hallado.
Por un instante nos unimos, el pasado con el presente. El
ser humano con la naturaleza. La enormidad y el silencio que nos llevó a
caminar respetuosamente por imposición de la grandiosidad del paisaje.
Sierra de las quijadas, rincón en donde se ocultaban, más
tarde, los ladrones de ganado, cuando asolaban la pampa. Posiblemente el origen
de su nombre. El hallazgo de las quijadas de las reses que morían en la
travesía hacia la región de Chile.
Cuánto para recapacitar, para entender la vida o perderse en
la pequeñez del ser humano frente a la inmensidad de un mundo que creemos tener
atrapado en una minúscula foto de brillante colores.