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UNA HISTORIA EXTRAÑA QUE MUESTRA EL OTRO LADO


UNA HISTORIA EXTRAÑA QUE MUESTRA EL OTRO LADO.

Golpeó tímidamente la puerta. A su través se escuchaba un sonido bastante estridente. Parece que había llegado en medio de una fiesta o algo así.
Espero un rato y volvió a golpear. Esta vez lo hizo con más fuerza, tratando de sobrepasar el sonido que persistía infatigable.
Luego de unos instantes, que al pobre le parecieron una eternidad, un tipo, vestido de blanco de cabo a rabo, le abrió la puerta y sin darle alternativa le disparó:
-          ¿A qué venís? –
-          Me mandaron –
-          Bueh… Pasá –
Entró y se encontró con un panorama totalmente distinto al que siempre había imaginado.
Desorientado caminó hacía el centro de un salón iluminado con luces intermitentes y leyendas láseres que giraban locamente al ritmo de una música desenfrenada que le taladraba los oídos.
-          Pará, pará, pará… ¿A dónde crees que vas? –
-          No… no.. sé –
-          Te voy a explicar, querido… primero depositas tu óbolo en el lugar correspondiente… después veremos donde te asigno –
-          ¿O… óbolo? –
-          Si, papucho, óbolo, guita, money… ¿Capisce? –
-          Pero… No tengo nada… estas dos monedas, solamente –
-          Okey… A eso me refiero. ¿Para que creiste que eran? –
-          Para pagar al barquero… -
-          Juuuu.. ¡Que bolucho! ¿Cómo viniste acá? –
-          No sé… simplemente vine –
-          Y bueno. El cuento del barquero es una antigüedad. Dale meté las monedas en la ranura -
Y le extendió una caja con una hendidura en el medio que tenía en letras bien visibles la leyenda CAJA DE EMPLEADOS.
-          ¿Y ahora que? – Se atrevió a preguntar.
-          Ahora, a disfrutar de la buena vid… bueno lo que sea… pasala bomba –
El pobre tipo no entendía nada. Desorientado caminó sin rumbo y medio atolondrado se sentó en una mesa que parecía vacía.
De la oscuridad salió una voz que lo sorprendió. - ¿Sos nuevo aquí, macho? –
-          Si… perdón por haberme sentado… me encandilé… creí que estaba vacía… -
-          No importa, genio… a todos nos pasó lo mismo la primera vez… ¿Dónde te corresponde? –
-          ¿Corresponde qué? –
-          Si. ¿Qué paraíso te toca? –
-          Pero… ¿En serio esto es el Paraíso? –
-          Seguro, chabón… ¿Qué te pensabas? ¿Qué iba a estar lleno de angelitos tocando el arpa? –
-          Y… Si… Por lo menos eso fue lo que siempre me contaron… -
-          No jodas… ¿No oíste hablar del paraíso de las drogas? ¿Del paraíso fiscal? ¿El del juego? –
-          ¿?  -
-          Bien, todos están aquí… No falta ninguno ¿A cuál pertenecés vos? –
-          Es que yo… yo vine porque iba a misa todos los días, rezaba el Padre Nuestro y el Ave María, daba limosna a los pobres y hacía buenas acciones, hasta fui casto hasta la muerte –
-          ¿Es broma no? –
-          No –
-          Entonces alguien se equivocó… los boludos van al infierno… Algo debés haber hecho para que te incluyan en alguno de estos? –
Por más que pensó y repensó no encontró un justificativo pero a medida que fue pasando el tiempo, devanando sus sesos para explicarse el motivo de haber sido enviado a tamaño lugar, lentamente se fue acostumbrando. Más aun comenzó a tomarle el gustito. Cada vez fue participando más y más hasta que llegó a ser el rey del Paraíso. No había fiesta a la que no lo invitaran ni diversión que se perdiera.
Un día se sorprendió diciendo: - ¡Esto es un verdadero paraíso! –
Se detuvo de golpe y allí se dio cuenta. Él había vivido obsesionado con llegar al paraíso, para eso había ido en contra de todas sus convicciones, había actuado hipócritamente y su vida de beato no había sido más que una mentira. ¡Por eso estaba allí! Por ruin y falsario, hasta el punto de haber engañado a los que juzgaban y decidían donde le correspondía a cada uno. Los había confundido tant.. ¿O no? Lo habían dirigido correctamente, evidentemente lo conocían mucho mejor que lo que se conocía a sí mismo.
Y en eso estaba cuando lo vino a buscar una morocha que tenía como ciento veinte de cadera y la verdad si lo habían mandado bien o mal le importó un pito.

Se prendió a la cintura de la dama y moviéndose rítmicamente se fue haciendo el trencito.